jueves, 1 de marzo de 2012

También en los negocios...el corazón tiene razones que la razón desconoce.


No, ni me volví loca ni tampoco delirio. Les digo que no, que lo que me inspiró a escribir este artículo es cierto: el corazón también está presente en los negocios, y cuando no lo está, se nota, y lo peor, es que los primeros que lo notan son los clientes!
Les cuento a qué me refiero: cuando un grupo de personas en una organización, sintonizan su frecuencia de trabajo en la comunicación abierta, interactuando con fluidez, aprendiendo de cada quien (porque gloriosamente somos todos diferentes), pero, y lo más importante, divirtiéndose al mismo tiempo, esa frecuencia que es la energía del grupo (clientes internos), se transmite inmediatamente a nuestros clientes, generando un muy buen caudal de “sensaciones” y “emociones” que tal vez no puedan medirse en términos como los que estamos acostumbrados, pero sí , e indefectiblemente,  a largo plazo.

Se trata de la felicidad. Una palabrita tan mentada, tan de moda, tan huidiza, tan aferrada a un sinnúmero de controvertidas estructuras y explicaciones vanas, como la vanidad misma. La felicidad es la alegría. Ni más ni menos. Empleados contentos, alegres, felices, que hacen su trabajo en un ambiente de armonía, donde pueden distenderse, realizar aportes, tal vez enojarse por un rato (la felicidad no consiste en mantener la sonrisa a como de lugar, sino más bien en aceptar que ciertos momentos ingratos hacen el contraste necesario para apreciarla cuando está en su plena floración) , comentar si no están de acuerdo con alguna medida tomada por sus jefes (sin necesidad de que su puesto sea puesto en peligro por eso, o termine anotado en libretas negras que siempre existen, sino física, al menos en la implacable memoria de los que ostentan autoridad con “chapa” , no de la verdadera), etc.

Ahora bien: la felicidad de un grupo de trabajo está directamente asociada a dos factores más que directos, yo diría directísimos, si se me permite la invención del término. Uno es el liderazgo que lo reúne, lo guía , lo entrena, lo apoya y lo motiva. El otro es la responsabilidad de los que tienen mayor cargo dentro de la cadena de mandos, los dueños, gerentes generales, directores o presidentes de las organizaciones.
Porqué? Bueno, porque sin que ellos se acerquen a sus grupos, sin que exista al menos la noción de que su gente le importa, tarde o temprano, la empresa mostrará la hilacha y su éxito en las ventas (o su desesperada lucha por mantener los números elevados) se verá comprometido en la misma medida en que no se cumplan estos dos requisitos, a mi entender mínimos para lograr resultados excelentes.
Es lógico que posibilitar la felicidad de la gente no es tarea fácil. Sobre todo si no se cuenta con una dosis de creatividad (único requisito real para lograrlo) considerable. Pero hago la salvedad de que, si bien considero que el management actual adolece de una mediocridad sin límites en el plano de la motivación de sus grupos de trabajo ( y esto se ve reflejado en forma más dramática especialmente en lo referido a su fuerza de venta), también existen Empresas que tomaron la bandera vanguardista y ya están diseñando ambientes de distensión, ámbitos de reflexión y políticas de cuidado de su grupo humano que van más allá de la provisión de agua mineral diaria y /o tecito de las 5 pm.
Tampoco se trata de otorgar “buen trato”. Este más bien constituye una obligación de parte de cualquier persona que dirija a otra, en cualquier ámbito.
Estoy hablando de la gestión por emociones. De esa que no abunda pero debería, para lograr un cambio de significativo avance en el logro de la felicidad, alegría, bienestar, de quienes trabajan en una empresa cualquiera.
Ustedes se preguntarán: ¿Y esto cómo se logra? La respuesta a esta pregunta es tanto o más simple de lo que se imaginan: Aceptando que tal vez las cosas no estén del todo bien entre nuestros colaboradores y actuando en consecuencia, con poder de decisión.
Hay empresas en el mundo que están ganando millones de dólares porque le están enseñando a otras ( a la gran mayoría) a virar la mirada primero hacia el cliente interno, porque este es, indefectiblemente, el único responsable de su imagen ante el externo, y por eso, irremediablemente, de su éxito o fracaso. Y esto recién ahora se observa? No, pero recién ahora se vive con mayor intensidad a nivel global la diferencia entre haber comprado en un lugar donde estas políticas “felices” se llevan a cabo, y donde no. Porque el “efecto residual” de la felicidad está implícito en el mismo comportamiento del grupo que representa a la empresa, y en el agrado con que el cliente es asistido mucho más allá de su momento de compra.
Para mí, esto tiene que ver con el corazón. Puesto al servicio del servicio mismo. De eso, entre otras cosas, se trata la excelencia. Claro que su valor es más alto, pero vale la pena: los resultados , desde siempre,  me lo han demostrado.


Mónica M. Arias
Consultoría en Excelencia
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