sábado, 12 de mayo de 2012

La cocina de la Excelencia


Hablar de actitud de excelencia es referirse, entre otras cosas, a la pasión y entusiasmo que imprimimos en la tarea que emprendemos y al servicio óptimo que debe emanar de ella hacia nuestros clientes. Entusiasmo viene de “In Thus” (llevar a Dios consigo), y cuando hablo de clientes me refiero a aquellas personas que conviven con nosotros en el trabajo (clientes internos) y quienes aprueban con sus compras nuestro estilo comunicacional del cual depende nada menos que nuestra existencia comercial (clientes externos). Aunque me atrevo a decir que el primer cliente interno con el que debemos trabajar es: nuestra propia mentalidad.

La era del conocimiento dio lugar a la era de la información, donde aparecen nuevas formas de interrelacionarse en los negocios. Internet lo tiñe todo y lo abarca todo con absoluto poder, y ese poder es la muestra más contundente de la eliminación de fronteras que existe en la actualidad.
Rescatar lo positivo de este fenómeno es incursionar en la educación permanente, ya que ahora estamos solo a un click cada vez que queremos hacer un curso sobre un tema que nos apasione, o tal vez chatear con una amiga que vive en Australia, o hablar por Skype e interactuar en vivo con una persona que vive en Holanda para cerrar un negocio como si el acuerdo tuviese lugar en nuestro escritorio.
Como contrapartida, mirar con objetividad lo negativo de este poder significa observarnos a nosotros mismos en relación a la enorme cantidad de información con la que estamos siendo bombardeados, que llega de los lugares más insólitos del mundo y que no necesariamente viene en nuestra ayuda. Permanecemos pendientes de emails, mensajes de texto y propagandas hasta en los celulares, que incitan al consumo exagerado, en el mejor de los casos, y que en el peor, insisten subliminalmente en distorsionar la realidad de nuestra vida alentando acciones que no nos favorecen: debemos prestar atención a lo que “consumimos mentalmente” para evitar toxicidades varias.
Se hace muy difícil evitar estos “ladrones de tiempo” como yo los llamo, porque son los signos de un modelo que está muy arraigado en la casi todas las sociedades avanzadas.

Sin embargo, a la hora de entrenarnos en excelencia, tenemos que aprender nuevos hábitos para reducir la dedicación que le damos a estas distracciones. Es imperativo que nos olvidemos de ellas por lo menos tres horas por día para trabajar en esta estrategia. Porque después de todo, lo que realmente nos permite crecer, implica un trabajo previo, sistemático y generalmente a conciencia, relacionado con el aprendizaje.
Una vez que nuestra mente y nuestra actitud estén alineados y hayamos tomado la decisión de avanzar, tenemos que hacer el esfuerzo de extirpar como si fuese una maleza en nuestro magnífico jardín, la queja permanente.
Vivimos quejándonos de todo, porque la queja nos permite vivir en un espacio donde sentimos que es más fácil quejarse que revisar qué pasa con nuestra actitud: por ejemplo, si está verdaderamente alineada con el objetivo que queremos llevar a cabo, si realmente los intentos que realizamos están basados en brindarle una experiencia magnífica al cliente (interno o externo), etc.
En síntesis: lo que ocurre con la queja y con las excusas que ella misma genera, es que no nos brinda un marco para desafiarnos y descubrir en què podemos mejorar, porque nos instala en nuestra famosa zona de confort, en un lugar que yo describo como “demasiado fácil para ser bueno”, en el sentido de que no está apoyado por lo que nos sirve de verdad, que es el conocimiento que lleva a la maduración y por ende, a la asunción de responsabilidades.
Me refiero en este caso al conocimiento sobre nuestra actitud, sobre què estamos haciendo que podríamos mejorar y hacer de forma diferente para lograr un resultado distinto al que obtenemos, un resultado con mayor calidad. Porque el círculo vicioso de nuestra negación al cambio y a auto-observarnos nos induce a crear espacios internos con miradas distorsionadas de la realidad, como lo hacen los enfermos mentales. Einstein, ese mago de las matemáticas y la física, tenía una definición de la locura que me parece bueno compartir: locura “es hacer siempre las mismas cosas con la expectativa de obtener siempre diferentes resultados”
Aquì hago un paréntesis para decirles que no es mi intención que tomen mis palabras a modo de sermón, nada más alejado de eso. Mi objetivo es que aprendan a cuestionarse más, para poder, valga la redundancia, aprender más de Ustedes mismos y de sus clientes, de tal forma que les resulte simple modificar sus acciones en su beneficio  y para su conveniencia y como efecto boomerang, en beneficio de los clientes.
Hay una línea delgadísima que separa la buena intención de hacer algo de la racionalización a la que apelamos por no haberla hecho. Es tema debatible, pero en principio, la excelencia no lo es. Es lo que marca la diferencia ya que está orientada a elevar la calidad, tanto interna como externa, de la vida de las personas.
Si nuestro objetivo es alinearnos a ella para atravesar las arenas movedizas de la mediocridad reinante, es menester buscar la forma de equilibrar la mente, aceptar los desafíos y ponernos a trabajar para lograrlos.
“El mundo nunca esperó a nadie”, le escuché decir recientemente en un seminario de marketing a un afamado consultor nacional con prestigio mundial. No estoy de acuerdo en un cien por ciento. El mundo, somos nosotros, cada uno con su propia unicidad, y absolutamente irrepetible. Cuanto más pronto aprendamos que es menester tomarse el tiempo necesario para observarnos y aprender a eliminar hábitos innecesarios, tanto más rápido estaremos preparados para saber extirpar, en un abrir y cerrar de ojos, la maleza emocional que nos impide evolucionar. Y el mundo, esta vez con otra mirada, nos estará esperando.   

                                                               Mónica M. Arias
                                                               Consultora en Excelencia y
                                                               Marketing Emocional
                                                               Cel: 155-937-3158
                                             contacto@monicaarias.com.ar


martes, 20 de marzo de 2012

AIME Encuentro Empresarial de Mujeres 2012

El pasado 14 del corriente, se realizó en encuentro anual de la Asociación de Mujeres Iberoamericanas de Empresa, AIME, en el Hotel Presidente de la Ciudad de Buenos Aires. Tuve el agrado de ser invitada a participar de este maravilloso evento que sumó a más de 200 mujeres de toda Iberoamérica, quienes fuimos honradas con un panel de lujo en la disertación: Clara Mariño, periodista y docente, Graciela Romer , socióloga especialista en política, y Orlando Ferrerer , economista, nos ofrecieron desde sus disferentes miradas, un análisis despovisto de exageraciones y basado en una mirada crítica y certera de nuestra realidad nacional.
A continuación, adjunto un artículo sobre este fantástico Encuentro de Mujeres Empresarias de Iberoamérica y aprovecho para felicitar a sus organizadores, ya que el evento merece ser destacado por su organización y cumplimiento puntual, tanto de la disertación por la mañana, como de su agenda de la ronda de negocios por la tarde. Felicitaciones!

Reunión de Mujeres Empresarias Iberoamericanas - Marzo 2012, Buenos Aires, Argentina

viernes, 9 de marzo de 2012

jueves, 1 de marzo de 2012

También en los negocios...el corazón tiene razones que la razón desconoce.


No, ni me volví loca ni tampoco delirio. Les digo que no, que lo que me inspiró a escribir este artículo es cierto: el corazón también está presente en los negocios, y cuando no lo está, se nota, y lo peor, es que los primeros que lo notan son los clientes!
Les cuento a qué me refiero: cuando un grupo de personas en una organización, sintonizan su frecuencia de trabajo en la comunicación abierta, interactuando con fluidez, aprendiendo de cada quien (porque gloriosamente somos todos diferentes), pero, y lo más importante, divirtiéndose al mismo tiempo, esa frecuencia que es la energía del grupo (clientes internos), se transmite inmediatamente a nuestros clientes, generando un muy buen caudal de “sensaciones” y “emociones” que tal vez no puedan medirse en términos como los que estamos acostumbrados, pero sí , e indefectiblemente,  a largo plazo.

Se trata de la felicidad. Una palabrita tan mentada, tan de moda, tan huidiza, tan aferrada a un sinnúmero de controvertidas estructuras y explicaciones vanas, como la vanidad misma. La felicidad es la alegría. Ni más ni menos. Empleados contentos, alegres, felices, que hacen su trabajo en un ambiente de armonía, donde pueden distenderse, realizar aportes, tal vez enojarse por un rato (la felicidad no consiste en mantener la sonrisa a como de lugar, sino más bien en aceptar que ciertos momentos ingratos hacen el contraste necesario para apreciarla cuando está en su plena floración) , comentar si no están de acuerdo con alguna medida tomada por sus jefes (sin necesidad de que su puesto sea puesto en peligro por eso, o termine anotado en libretas negras que siempre existen, sino física, al menos en la implacable memoria de los que ostentan autoridad con “chapa” , no de la verdadera), etc.

Ahora bien: la felicidad de un grupo de trabajo está directamente asociada a dos factores más que directos, yo diría directísimos, si se me permite la invención del término. Uno es el liderazgo que lo reúne, lo guía , lo entrena, lo apoya y lo motiva. El otro es la responsabilidad de los que tienen mayor cargo dentro de la cadena de mandos, los dueños, gerentes generales, directores o presidentes de las organizaciones.
Porqué? Bueno, porque sin que ellos se acerquen a sus grupos, sin que exista al menos la noción de que su gente le importa, tarde o temprano, la empresa mostrará la hilacha y su éxito en las ventas (o su desesperada lucha por mantener los números elevados) se verá comprometido en la misma medida en que no se cumplan estos dos requisitos, a mi entender mínimos para lograr resultados excelentes.
Es lógico que posibilitar la felicidad de la gente no es tarea fácil. Sobre todo si no se cuenta con una dosis de creatividad (único requisito real para lograrlo) considerable. Pero hago la salvedad de que, si bien considero que el management actual adolece de una mediocridad sin límites en el plano de la motivación de sus grupos de trabajo ( y esto se ve reflejado en forma más dramática especialmente en lo referido a su fuerza de venta), también existen Empresas que tomaron la bandera vanguardista y ya están diseñando ambientes de distensión, ámbitos de reflexión y políticas de cuidado de su grupo humano que van más allá de la provisión de agua mineral diaria y /o tecito de las 5 pm.
Tampoco se trata de otorgar “buen trato”. Este más bien constituye una obligación de parte de cualquier persona que dirija a otra, en cualquier ámbito.
Estoy hablando de la gestión por emociones. De esa que no abunda pero debería, para lograr un cambio de significativo avance en el logro de la felicidad, alegría, bienestar, de quienes trabajan en una empresa cualquiera.
Ustedes se preguntarán: ¿Y esto cómo se logra? La respuesta a esta pregunta es tanto o más simple de lo que se imaginan: Aceptando que tal vez las cosas no estén del todo bien entre nuestros colaboradores y actuando en consecuencia, con poder de decisión.
Hay empresas en el mundo que están ganando millones de dólares porque le están enseñando a otras ( a la gran mayoría) a virar la mirada primero hacia el cliente interno, porque este es, indefectiblemente, el único responsable de su imagen ante el externo, y por eso, irremediablemente, de su éxito o fracaso. Y esto recién ahora se observa? No, pero recién ahora se vive con mayor intensidad a nivel global la diferencia entre haber comprado en un lugar donde estas políticas “felices” se llevan a cabo, y donde no. Porque el “efecto residual” de la felicidad está implícito en el mismo comportamiento del grupo que representa a la empresa, y en el agrado con que el cliente es asistido mucho más allá de su momento de compra.
Para mí, esto tiene que ver con el corazón. Puesto al servicio del servicio mismo. De eso, entre otras cosas, se trata la excelencia. Claro que su valor es más alto, pero vale la pena: los resultados , desde siempre,  me lo han demostrado.


Mónica M. Arias
Consultoría en Excelencia
contacto@monicaarias.com.ar
Copyright 2012