Hablar de actitud de excelencia es referirse, entre otras cosas,
a la pasión y entusiasmo que imprimimos en la tarea que emprendemos y al
servicio óptimo que debe emanar de ella hacia nuestros clientes. Entusiasmo viene de “In Thus” (llevar a Dios consigo), y
cuando hablo de clientes me refiero a aquellas personas que conviven con
nosotros en el trabajo (clientes internos) y quienes aprueban con sus compras
nuestro estilo comunicacional del cual depende nada menos que nuestra existencia
comercial (clientes externos). Aunque me atrevo a decir que el primer cliente
interno con el que debemos trabajar es: nuestra propia mentalidad.
La era del conocimiento dio lugar a la era de la información, donde aparecen nuevas
formas de interrelacionarse en los negocios. Internet lo tiñe todo y lo abarca todo con
absoluto poder, y ese poder es la muestra más contundente de la eliminación de fronteras que existe en la actualidad.
Rescatar lo positivo de este fenómeno es incursionar en la
educación permanente, ya que ahora estamos solo a un click cada vez que
queremos hacer un curso sobre un tema que nos apasione, o tal vez chatear con
una amiga que vive en Australia, o hablar por Skype e interactuar en vivo con una
persona que vive en Holanda para cerrar un negocio como si el acuerdo tuviese
lugar en nuestro escritorio.
Como contrapartida, mirar con objetividad lo negativo de este
poder significa observarnos a nosotros mismos en relación a la enorme cantidad de
información con la que estamos siendo bombardeados, que llega de los
lugares más insólitos del mundo y que no necesariamente viene en nuestra ayuda. Permanecemos
pendientes de emails, mensajes de texto y propagandas hasta en los celulares, que
incitan al consumo exagerado, en el mejor de los casos, y que en el peor,
insisten subliminalmente en distorsionar la realidad de nuestra vida alentando
acciones que no nos favorecen: debemos prestar atención a lo que “consumimos
mentalmente” para evitar toxicidades varias.
Se hace muy difícil evitar estos “ladrones de tiempo” como yo los llamo, porque
son los signos de un modelo que está muy arraigado en la casi todas las sociedades avanzadas.
Sin embargo, a la hora de entrenarnos en excelencia, tenemos que
aprender nuevos hábitos para reducir la dedicación que le damos a estas
distracciones. Es imperativo que nos olvidemos de ellas por lo menos tres horas
por día para trabajar en esta estrategia. Porque después de todo, lo que realmente
nos permite crecer, implica un trabajo previo, sistemático y generalmente a
conciencia, relacionado con el aprendizaje.
Una vez que nuestra mente y nuestra actitud estén alineados y hayamos
tomado la decisión de avanzar, tenemos que hacer el esfuerzo de extirpar como si
fuese una maleza en nuestro magnífico jardín, la queja permanente.
Vivimos quejándonos de todo, porque la queja nos permite vivir en un espacio
donde sentimos que es más fácil quejarse que revisar qué pasa con nuestra actitud: por ejemplo, si está verdaderamente alineada
con el objetivo que queremos llevar a cabo, si realmente los intentos que
realizamos están basados en brindarle una experiencia magnífica al cliente (interno o
externo), etc.
En síntesis: lo que ocurre con la queja y con las excusas que ella
misma genera, es que no nos brinda un marco para desafiarnos y descubrir en què podemos mejorar, porque
nos instala en nuestra famosa zona de confort, en un lugar que yo
describo como “demasiado fácil para ser bueno”, en el sentido de que no está apoyado por lo que nos
sirve de verdad, que es el conocimiento que lleva a la maduración y por ende, a la asunción de responsabilidades.
Me refiero en este caso al conocimiento sobre nuestra actitud,
sobre què estamos haciendo que podríamos mejorar y hacer de forma diferente para lograr un resultado
distinto al que obtenemos, un resultado con mayor calidad. Porque el círculo vicioso de nuestra
negación al cambio y a auto-observarnos nos induce a crear espacios
internos con miradas distorsionadas de la realidad, como lo hacen los enfermos
mentales. Einstein, ese mago de las matemáticas y la física, tenía una definición de la locura que me parece bueno compartir: locura “es hacer
siempre las mismas cosas con la expectativa de obtener siempre diferentes
resultados”
Aquì hago un paréntesis para decirles que no es mi intención que tomen mis palabras a
modo de sermón, nada más alejado de eso. Mi objetivo es que aprendan a cuestionarse más, para poder, valga la
redundancia, aprender más de Ustedes mismos y de sus clientes, de tal forma que les resulte
simple modificar sus acciones en su beneficio
y para su conveniencia y como efecto boomerang, en beneficio de los
clientes.
Hay una línea delgadísima que separa la buena intención de hacer algo de la
racionalización a la que apelamos por no haberla hecho. Es tema debatible,
pero en principio, la excelencia no lo es. Es lo que marca la diferencia ya que
está orientada a elevar la calidad, tanto interna como externa, de
la vida de las personas.
Si nuestro objetivo es alinearnos a ella para atravesar las
arenas movedizas de la mediocridad reinante, es menester buscar la forma de
equilibrar la mente, aceptar los desafíos y ponernos a trabajar para lograrlos.
“El mundo nunca esperó a nadie”, le escuché decir recientemente en un seminario de
marketing a un afamado consultor nacional con prestigio mundial. No estoy de
acuerdo en un cien por ciento. El mundo, somos nosotros, cada uno con su propia
unicidad, y absolutamente irrepetible. Cuanto más pronto aprendamos que es
menester tomarse el tiempo necesario para observarnos y aprender a eliminar hábitos innecesarios, tanto más rápido estaremos preparados
para saber extirpar, en un abrir y cerrar de ojos, la maleza emocional que nos
impide evolucionar. Y el mundo, esta vez con otra mirada, nos estará esperando.
Mónica M. Arias
Consultora en Excelencia y
Marketing
Emocional
Cel:
155-937-3158
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